[p. 967] El notariado en Suecia
En realidad, no sería ni elegante ni bien pensado comenzar mi primera intervención, ante tan distinguido grupo, quejándome del tema, como miembro recién electo de la Comisión Internacional de Diplomacia. La verdad es que no se le puede echar la culpa a ninguno de los aquí presentes o ausentes de que, comparativamente, el notariado en Suecia hasta el siglo xiv sea una materia ingrata. A veces, puede resultar que, en el contexto internacional, uno puede venir con puntos de vista interesantes, al representar un sector de la periferia del medioevo europeo. Sin embargo, en este caso no hay «ventajas del tipo reliquia».
Algunas observaciones tomadas de los fondos documentales de la época ponen en evidencia las dificultades. En un escrito al Papa, en 1339, se señala: Propter defectum publici notarii quorum vsus in partibus illis non habetur («debido a la falta de notarios públicos, aquí no hacemos uso de los mismos»). El documento fue extendido por una de las catedrales suecas y, de esa manera, se motivaba la convocación de testigos para una indagación1. Varios años más tarde, en un memorial, el Rey de Suecia solicita al Papa que otorgue [p. 968] autorización a algún obispo para que éste nombre 30 notarios. Se argumentaba una enorme escasez de notarios en la región: cum sit in partibus illis magna penuria seu indigentia notario rum2.
Durante el proceso de canonización de Santa Brígida, en la década del 1370, los escritos de los milagros que se enviaron a Su Santidad no iban debidamente certificados por notarios con sus signos notariales, como era de esperar. En su lugar, sólo estaban provistos de firmas y sellos.
Una y otra vez se repite la afirmación de que era rara la utilización de notarios en estas tierras. Igualmente se expresa que no se confiaba en ellos sino en sellos: qui notariorum usus rarus est in terra ista, nec eis creditur sed sigillis3. En los vecinos nórdicos, Dinamarca y Noruega, también existen informaciones similares sobre la rareza de los notarios y la desconfianza en ellos: rari vel pauci; nec in eis creditur4.
Sea como fuere, parece ser una exageración o una información incompleta decir que no habían notarios, como afirma la primera carta que mencionamos. Además, es dificil comprenderlo, cuando contamos incluso con instrumentos notariales de la época, que fueron escritos entre 1318-1328 por el procurador de una de las partes, con antecedencia al litigio de 1339. A propósito, su autor, el sueco Arnvidus Johannis, es el primer notarius publicus auctoritate apostolica que conocemos por su nombre. Más adelante regresaré a esta persona5.
Ningún otro notario es mencionado con anterioridad. Sin embargo, tenemos algunas cartas de finales del siglo xiii sobre concesión de propiedades que, en sus partes más importantes, están [p. 969] compuestas de acuerdo a un formulario notarial. Pero no aparece dibujado ningún signo de notario ni el sacerdote que las suscribe se titula notario. Al igual que otros pergaminos, las cartas llevan sellos sueltos6. Vale la pena notar que el canónigo que recibe las propiedades en nombre de la catedral, un tal maese Nicolaus Odolphi, unos años antes había estudiado en Boloña. En los últimos diez años de ese siglo, se encontraban en esa ciudad bastantes escandinavos, que fueron allí después de haber estudiado en París7. Obviamente, al regresar no sólo trajeron conocimientos sino también libros sobre ars notaria. En un testamento de mediados del siglo xiv se hace referencia a Summa de officio tabellionatus. Y todavía tenemos ejemplares de la Summa notarie de Johannes Andreae o Johannes Bononiensis, al igual que las obras de Dominicus Hispanus8.
No resulta dificil comprender el porqué se afirma, en los fondos documentales de la época, que había pocos notarios en Suecia y que no se confiaba en las certificaciones y otras actas notariales. En gran medida, el notariado era una institución ligada con las actividades que, dentro de la Iglesia, realizaba una serie de nuncios y colectores en nombre de la Santa Sede. De todas maneras, los notarios que existieron fueron nombrados por el Nuncio Apostólico para asistir con la extensión de comprobantes e instrumentos de diferente tipo, inclusive en alegatos eclesiásticos.
Así tenemos que el notario mencionado — el primero que conocemos por su nombre — fue nombrado por el colector papal, que era un canónigo local llamado Nicolaus Sigvasti, quien trabajó en la región nórdica desde el año 1317. A este canónigo se le concedió, a su favor, una autorización papal para que nombrara un notario [p. 970] (tabellio), quien después de examinada y declarada competente debía prestar juramento de acuerdo a un determinado formulario: tibi concedendi tabellionatus officium uni persone quam ad illud post diligentem examinationem vdoneam esse repereris prius ab ea iuramento recepto iuxta formam presentibus annotatam plenam auctoritate presentium concedimus facultatem9; offitium tabellinatus duabus personis non coniugatis, nec in sacris ordinibus constitutis10.
Sabemos los nombres de varios notarios por medio de actas existentes en el Archivo Nacional, en Estocolmo, o en el Archivo del Vaticano. Podemos ver cómo siguen los pasos de los colectores en sus viajes por el país, de catedral en catedral. En algunos casos, comenzaron el viaje desde el mismo principio y, en consecuencia, proceden de países sureños. Por ejemplo, tenemos un Jacobus de Eusebio, quien, en 1333, formaba parte de la comitiva de Petrus Gervasi, canónigo de Puy. Con el nuncio y colector Johannes Guilaberti, canónigo de Verdún, vinieron en la década del 1350 los notarios Joffridus Cellarij, Tullensis presbiter, y Bertoldus Heyme, clericus Hildensemensis. Otros fueron daneses. Pero la gran mayoría fue de alguna de las siete parroquias suecas de aquel entonces. Para estos últimos, tal encargo significó a menudo el inicio de una carrera eclesiástica11.
No obstante, esto no significa que los notarios aparecen exclusivamente al servicio de nuncios. Hay pruebas de que el Papa autorizó [p. 971] a obispos locales para que nombraran como notarios a determinadas personas, esto es, que esas personas fueran idóneas y prestaran el juramento notarial12. Se sabe de muchos notarios suecos de finales del siglo xiv y principios del xv. Entre otras cosas, aparecen en la toma de testimonios para los procesos de canonización de santos suecos13. Empero, debido a la falta de pruebas documentales no sabemos qué pasó con los 20 notarios que, en 1347, el Papa autorizó al Rey de Suecia nombrar por intermedio de un obispo.
En esta época también encontramos notarios con autorización imperial: imperiali auctoritate notarius publicus. Aunque esté fuera del período en cuestión, desearía referirme a algo muy singular para las condiciones nórdicas: el nombramiento imperial de condes palatinos para el deán de Turku y sus sucesores, con derecho a nombrar notarios públicos. En gran parte de la correspondencia de Federico II hay instrucciones detalladas sobre este asunto14. Regresando de finales del siglo xv al siglo xiv, hubo suecos nombrados notarios imperiales en conexión con sus estudios en el Continente, especialmente en Praga. En comparación con los notarios papales, nunca llegaron a ser muchos. Finalmente, se debe señalar que hay menciones sobre notarius civitatis y notarios de sínodo15.